Sentido y origen de la muerte

El ser humano, por naturaleza, busca una explicación a los diversos acontecimientos que en su tránsito por este mundo va experimentando, así, constantemente se pregunta, qué es el hombre, el porqué de su estadía en el mundo, qué es el mundo… sin embargo, al hablar de la muerte, la naturaleza humana entra en crisis. En efecto, por naturaleza, el ser humano tiende a la vida; pero consigue que está condenado a muerte desde su nacimiento. Esta condenación es una agonía que afecta al hombre, no sólo en el preciso momento de morir, pues la muerte no es un instante, la muerte es una constante, se comienza a morir desde el momento en que se toma conciencia de que estamos condenados, de que nada puede evitarnos tal experiencia. “El hombre es un ser muriente tanto como ser viviente”[1]

Así pues, al ser consciente el hombre de este fenómeno ineludible, es condicionado. La muerte condiciona el modo de vivir y de actuar en el mundo, afecta la vida práctica, ya que se trata de un factor determinante, la muerte nos atemoriza. Pero si se trata de algo que todo ser humano experimenta, podemos decir que es también parte de la vida misma, la biología así lo determina en las etapas de la vida: nacer, crecer, reproducirse y morir. Sin embargo, cabe preguntarnos, ¿por qué temer a la muerte?  Pues todos tememos a la muerte, sin excepción.

Si bien es cierto, el miedo no es algo malo en sí, se trata de una señal de alerta que nos ayuda a alejarnos de aquello que atenta contra la vida, así el temor a la muerte es naturalmente entendido, pues, incluso los animales, seres con inteligencia, temen a la muerte, se resisten a morir. Ahora bien, en el ser humano, no se trata de un mero temor al acontecimiento; es más bien, un temor a las consecuencias de dicho acontecimiento: miedo al castigo divino, o más aún, miedo a la nada.

            Vemos pues, que la naturaleza humana tiende a la vida, se resiste con todas sus fuerzas a morir, el hombre quiere ser inmortal. Este deseo visto desde la razón es algo disparatado, pues, lo que tiene como evidente, lo constatable, es precisamente que todos mueren y nadie vive para siempre. Mas el camino de la racionalidad tiene sus límites, así, hay muchas cosas que la razón no puede explicar, por ejemplo: Kant tuvo que dejar la razón pura para ir tras la razón práctica. Es cierto, pues, que el hombre no se guía sólo por la razón, también está la parte emotiva, la fe…

            Partiendo de lo anterior, la aspiración universal a la inmortalidad tiene también sus vías de acceso. La fe, es creer en aquello que no vemos, por fe, muchos hombres de muchas culturas esperan vivir para siempre. Parece, pues, un contrasentido de la naturaleza pensar que aspiramos a la vida eterna y ésta no exista. Es argumento de fe lo que nos lleva a creer en esto, no un argumento racional, mas, hemos visto que la única vía no es la razón. Así, la fe como fenómeno social es demostrable, pues está ahí, lo vemos constantemente; lo no demostrable es el contenido de esa fe.

           

            El génesis bíblico, deja claro que la naturaleza del hombre desde la creación fue vivir para siempre, sin embargo, por desobediencia del hombre entro la muerte. De ahí que para los cristianos, este pecado cometido por Adán y Eva en la creación (pecado original), ha sido redimido por Cristo, el cual siendo Dios no           se apegó a su dignidad; sino que se humilló y se hizo hombre, y hecho hombre tomó la condición de esclavo, obedeciendo en todo hasta la muerte en la cruz[2], precisamente, esta muerte de Dios, fue la que venció la muerte, así, por la muerte, más aún por la resurrección de Cristo se brinda a la humanidad la oportunidad de redención.

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[1] Martín S. Ángel, La muerte: realidad enigmática, Maracaibo, 2010, pág. 1

[2]  Conf. Fil.2-6