11 de septiembre de 2010

La felicidad en Juan Pablo II

Entre los filósofos y teólogos contemporáneos de formación escolástica encontramos a Juan Pablo II.[1]  Se doctoró en filosofía en el Angelicum, Roma, regidos por los Dominicos, correligionarios de Tomás. Se llama Angelicum, por el título de Doctor Angelicus dado a Santo Tomás.
Desde su ordenación sacerdotal hasta el postconcilio, 19 años, Karol Josef Wojtyla celebró según el misal de Pio V que comenzaba con el versículo 4 del salmo 43: “llegaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría”, y seguía: “te alabaré gozoso con la cítara, oh Dios, Dios mío”[2]. Así, pues, Jesús es signo de Dios, signo de la felicidad misma, en Él la felicidad se ha encarnado.
Entre todas las obras del Papa Juan pablo II, hemos de abordar su pensamiento sobre la felicidad expresado en su primera encíclica Redemptor Hominis[3]. En ella, se propone como tema central la redención del ser humano en Jesucristo. Esta encíclica nos brinda múltiples aportaciones sobre la felicidad.
La redención del hombre es un acto de amor de Dios hacia la humanidad que se había perdido. En efecto, el ser humano anhela una realidad que ha perdido, el paraíso perdido, anhela la realidad feliz. Por ello, Juan Pablo II afirma: “A través de la encarnación, Dios  ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde sus comienzos y la ha dado de manera definitiva.[4] El plan de Dios desde la creación del mundo fue que el ser humano fuese feliz. Además, le dotó de libertad, es decir, le dio la capacidad de amarlo y obrar con méritos. Sin embargo, por la desobediencia el hombre infectó esta felicidad. Así, engañado por su sed de poder el hombre se inclinó hacía el mal, alejándose de la suma Felicidad.
 Vemos en la actualidad cómo las personas engañadas por su sed de poder eligen el mal, buscando en última instancia su “bien”; despreciando constantemente aquella dignidad de la que Dios ha dotado a la humanidad, por ir tras fantasmas de felicidad, que los hace infelices.
            Ahora bien, la encarnación del Hijo de Dios sirvió para, a través del amor, devolver al hombre la dignidad que había perdido. En efecto, el amor era la única fuerza capaz de romper de una vez por todas las cadenas que amarraban a la raza humana. Así se expresó el Papa al respecto: “El hombre no puede vivir sin el amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente.”[5] Según esto, El sentido de la vida humana está en el amor. Sólo amando el ser humano podrá encontrar la felicidad, más aún, el hombre sin amor muere, no puede soportar las adversidades. Así, el amor es la fortaleza que mantiene vivos a quienes lo experimentan y viven.
            Dentro del marco de esta reflexión, el hombre contemporáneo se encuentra extraviado, llevando una vida sin sentido. Partiendo de esta realidad, nuestro autor reflexiona: “Se trata del desarrollo de las personas y no solamente de la multiplicación de las cosas, de las que los hombres pueden servirse. Se trata- como ha dicho un filósofo contemporáneo y ha afirmado el concilio no tanto de ‘tener más’ cuanto de ‘ser más’.”[6]
En este sentido, el Papa expresa su preocupación ante la situación actual. Se deja constantemente lo necesario de lado y se prefieren aquellas realidades que son importantes mas no necesarias. Por ello, el Papa recalca que lo más importante es el desarrollo unitotal de la persona, es decir, abarca todos los ámbitos de la persona, espiritual y corporal, pero siempre teniendo en cuenta que lo material esta subordinado a lo espiritual por su carácter trascendental. Éste no consiste en tener más cada vez; antes bien, consiste en ser mejor cada vez. Se trata, pues, de saber servirse de los bienes que se poseen, siempre con vista a la realización personal; y no de servir como esclavos a los bienes, ya que estos no son fin en sí mismos. El ser humano no puede dejar su lugar en la creación, él es quien debe administrar de una forma responsable todos los bienes que le fueron dados por Dios en la creación. El ser humano no puede cosificarse.
            Igualmente, la humanidad crea infelicidad cuando se extravía aún más al utilizar los bienes de la creación para su propia destrucción. Consecuentemente, encontramos  la  fabricación de armas de fuego y armas nucleares, además de toda la destrucción del medio ambiente a través de las industrias… por ello, “teme -el ser humano- que puedan convertirse (sus productos) en medios e instrumentos de una autodestrucción inimaginable, frente a la cual todos los cataclismos y las catástrofes de la historia que conocemos pueden palidecer.”[7] De esta forma para el común de las personas no importa cuanto se destruya, siempre y cuando se pueda tener riquezas y poder. La economía contra la ecología. Por ello, el llamado de atención de Juan Pablo II busca crear conciencia para hacer una humanidad madura capaz de afrontar debidamente los problemas que nuestro entorno nos presenta. Así la define: “Humanidad madura significa pleno uso del don de la libertad, que hemos obtenido del creador, en el momento en que El ha llamado a la existencia al hombre hecho a su imagen y semejanza. Este don encuentra su plena realización en la donación sin reservas de toda la persona humana concreta.[8]  La humanidad encontrará la felicidad cuando llegue a esta madurez de la que habla el Papa. En efecto, ha de usarse la libertad para tender a aquellas cosas que ayudan al progreso y el bienestar de la humanidad -por tanto a su felicidad- y de su entorno, respetando el medio ambiente, y demás creaciones de Dios.
            Además, se debe tomar en cuenta que en el pensamiento cristiano el amor es la causa eficiente de la felicidad. El amor es donación mutua. Por ello, el llamado por parte del Papa a la donación sin reservas es un llamado a amar sin límites, sin razas ni colores. El mundo está buscando la felicidad donde no se encuentra: encontramos gran número de personas que buscan recibir y se olvidan de dar. Precisamente, dando el ser humano es feliz, ya que amar es dar sin reservas[9].
            Más aún, el amor se ha personificado, tiene nombre: “Dios es el amor”[10], y se ha manifestado por medio del sacrificio redentor de Jesús, Hijo del Padre. Así lo muestra el Papa:

“En Jesús crucificado, depositado en el sepulcro y después resucitado, ‘brilla para nosotros la esperanza de la feliz resurrección…, la promesa de la futura inmortalidad’ hacia la cual el hombre, a través de la muerte del cuerpo, va compartiendo con todo lo creado visible esta necesidad a la que está sujeta la materia. Entendemos y tratamos de profundizar cada vez más el lenguaje de esta verdad que el redentor del hombre ha encerrado en la frase: ‘el espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada’. Estas palabras, no obstante las apariencias, expresan la más alta afirmación del hombre: la afirmación del cuerpo, al que vivifica el espíritu.”[11]

Según esto, el sentido de la humanidad feliz está en fijar la mirada e imitar aquel que entregó su vida por la salvación del género humano, máxima expresión de amor, y principio de la autentica felicidad. Efectivamente, la encarnación ha sido el acto de amor más grande en la historia de la humanidad. Cristo murió por la humanidad, pero lo más importante es que resucitó. Aquí radica lo central: la resurrección de Jesús destruyó la muerte, que no deja ser feliz al hombre. El fiel cristiano vive feliz en la esperanza de que este mundo material se acabará y se ha de resucitar a la vida absolutamente feliz en Dios. Mas, después de la redención las personas siguen conservando la libertad de aceptar o no esta restitución de la vida por parte de Dios. Un ejemplo muy particular es el Papa Juan XXIII, quien al momento de estar enfrentando serias dificultades por el concilio Vaticano II mostraba gran alegría. Cuando le preguntaron cómo estaba tan feliz ante tanta dificultad, el sólo respondió: “y cómo no he de estar feliz si Cristo ha resucitado”
            Del mismo modo, es de gran importancia recalcar la superioridad de los bienes espirituales sobre los materiales. De esta manera, el Papa muestra que ha de encontrar la felicidad sólo aquel capaz de subordinar todo lo material y pasajero a lo eterno e imperecedero. Así lo expresan estudiosos del pensamiento del santo Padre: “la felicidad la encuentra aquel que no la busca y ‘salva su alma’ aquel que está dispuesto a perderla”[12].
            A la humanidad le urge conocer esta realidad: solamente se ha de encontrar la felicidad en el amor desinteresado expresado hacia los demás, el cual es seguimiento del amor expresado por Jesús en su acto redentor, y hoy casi nadie la busca por este camino. La encuentra el que no la busca porque es desinteresado. Esto implica una renuncia a buscar la felicidad donde la busca el común de la gente, para encontrarla en Cristo Jesús, la Felicidad Verdadera.


[1]Juan Pablo II (1920-2005), papa (1978-2005), el primero no italiano desde 1523. La orientación enérgica y eficaz de su pontificado, sus declaraciones doctrinales y sus viajes por todo el mundo (sin precedentes) realzaron la importancia del Papado tanto dentro como fuera de la Iglesia católica. Realizó su formación académica en distintas universidades: Estudió Poesía y Teatro en la Universidad de Cracovia. Después de ser ordenado sacerdote, se doctoró dos años más tarde en Filosofía por el Instituto Angelicum de Roma y en Teología por la Universidad Católica de Lublin. (Microsoft ® Encarta ® 2007. © 1993-2006 Microsoft Corporation.)
[2] Sal. 43,4
[3] Redemptor Hominis fue la primera encíclica publicada por Juan Pablo II, apenas un año después de su elevación al solio pontificio
[4]JUAN PABLO II, Redemptor Hominis 1
[5] Ibid.10
[6] Ibid.16
[7] Ibid.15
[8] Ibid. 21
[9]Una madre, al momento de dar amor a su hijo se olvida de todo, no existen fronteras para ella. Experimenta la felicidad en amar a su hijo. Además, nunca se cansará de darle amor por muy grosero que sea su hijo, ya que es un amor limpio, verdadero y desinteresado
[10] 1 Jn.4, 16
[11] JUAN PABLO II,  Op. Cit. 18
[12] WOJTYLA, Karol, Mi visión del Hombre 120, Biblioteca Palabra, Madrid, 1997

3 comentarios:

  1. Juan Pablo Segundo , fue un Santo en toda la extension de la palabra, sin duda orgulloso en el Señor de haber visto con vida a este ser humano que influyo positivamente en la humanidad.
    Al merar alguna de sus melies de fotografias le puedo ver una gran presencia del Espiritu Santo.

    Wilter Rosales

    ResponderEliminar
  2. Efectivamente wilter, hombres como ese no se ven todos los días.

    Su pensamiento es de una profundidad admirable y es reflejo de la vida tan santa que llevó.

    Saludos

    ResponderEliminar