11 de septiembre de 2010

La Felicidad en Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino, es, sin duda, la figura representativa de la escolástica. De allí que se le considere el más grande de los filósofos cristianos. Tomó como tarea principal en su vida filosófica interpretar desde una visión cristiana las obras de Aristóteles. Con respecto a nuestro tema, Santo Tomás nos ha dejado su comentario a la Ética a Nicómaco. 
En dicho comentario, Santo Tomás analiza la idea de la felicidad. En primer lugar la conceptúa como un bien, que ya Aristóteles definía como “aquello a que todas las cosas tienden”[1]. El comentarista advierte que “ha de considerarse que dos son los principios de los actos humanos: el intelecto o razón y el apetito, que son principios que mueven, como se dice en el libro Del Alma… Todo esto esta ordenado a un bien como fin.”[2] Así pues, los actos humanos ya sean de apetito –de las apetencias naturales-, o de la razón, en las que nuestro intelecto tiene la prioridad, entre las cuales distinguimos lo especulativo y lo práctico,  tienden a un bien determinado como fin. Así, pues, distinguimos los actos de hombre, según los cuales actuamos movidos por los apetitos y por tanto son aéticos, y los actos humanos, donde interviene propiamente la razón y la libre voluntad: éstos son éticos. Ambos, tienden a un bien como fin. Ahora bien, la felicidad es un bien al que todos tienden.
Sin embargo, la historia enseña que el ser humano se equivoca, pues muchas veces busca como real lo que es apariencia de bien, lo que se llama en la Escolástica “el mal bajo apariencia de bien”. Ven el mal como un bien; y lo siguen porque siempre se tiende al bien. 
Santo Tomás en su comentario de Aristóteles nos muestra los diversos tipos de bien: “se dicen según una sola especie o razón de bien, aquellos que por sí mismos se persiguen, se buscan o se desean, se eligen o se aman. Según otra razón, se dicen bienes los que de alguna manera producen o conservan aquellos que son bienes por sí mismos. De un tercer modo, se dicen algunos bienes que obstaculizan o impiden a sus contrarios”[3]. Según esto, encontramos tres tipos de bienes. En Aristóteles veíamos dos, los que son en sí y los que son por otros, mas Tomás agrega un tercero: aquellos que obstaculizan o impiden a los contrarios. Esto es realismo.
 En esta línea, la felicidad es uno de los bienes elegibles por sí mismo, ya que todas las acciones persiguen este fin. Es interesante recalcar que para el Doctor Angélico la segunda clase de bienes -los que son por otros- producen o conservan la felicidad. Consecuentemente, desde el punto de vista humano, la felicidad es el bien en sí y por sí que todos buscamos. El resto de los bienes -salud, honor, riquezas, amistades, entre otros- pueden conducir a ser felices y ayudan a conservar este bien, siempre y cuando se haga de ellos un uso adecuado.
Dentro del marco del comentario tomista, “la felicidad es el más perfecto de los bienes y, en consecuencia, es el fin último y el mejor.”[4] Por el hecho de ser el fin último de nuestros actos, es considerado por Tomás como el más perfecto. No sólo posee cierto grado de perfección sino que es el más perfecto. Los demás bienes al igual que la felicidad, pueden ser también elegidos por sí mismos. Sin embargo, todos buscan como fin último llegar a la felicidad. Así, los honores, riquezas, amigos… ayudan a producir y conservar la felicidad. Por ello, al igual que en Aristóteles el cúmulo de bienes juega un papel de suprema importancia al momento de hablar de la felicidad. Forman parte de ese cúmulo.
Ahora bien, la vida histórica es cambiante. Para el Doctor Angélico la fortuna, de alguna manera, también interfiere en nuestra felicidad, ya que posibilita el control de la vida misma. Pero no en aquello que de forma inevitable siempre afecta la estabilidad. Ante esta situación se evidencia que no es posible que una persona viva en la felicidad sin que las adversidades de la vida influyan en ella. Por eso, Santo Tomás, comentando la ética a Nicómaco verifica: “Como parece que no siempre se alcanzan las condiciones expuestas sobre la felicidad, acota (Aristóteles) que llamamos felices a los que son dichosos como hombres, los cuales sujetos a las mudanzas en esta vida, no pueden tener una felicidad perfecta. Como el deseo de la naturaleza no es inútil, puede rectamente decirse que la dicha perfecta está reservada al hombre después de esta vida.”[5]
De acuerdo con este enfoque, la felicidad es posible, pero no en forma absoluta. Pero se puede ser feliz en cuanto hombre, es decir, en cuanto es posible afrontar las adversidades, sin depresiones; luchando cada día por ser más felices. La felicidad terrena es imperfecta -es limitada- pues el ser humano no llega a su más alto grado de perfección en esta vida. Según el Aquinate este grado de perfección en el que seremos completamente felices sin ningún tipo de inconveniente, lo encontraremos en la vida celestial. Allí hay pleroma feliz.
De allí que la felicidad perfecta es sólo un don de Dios. En efecto, Santo Tomás lo explica filosóficamente cuando asienta que “si hay algo dado a los hombres por un don de los dioses, a saber, de las sustancias separadas a las que los antiguos llamaban dioses, es entonces razonable que la felicidad sea un don del Dios supremo porque ella es el mejor entre los bienes humanos.”[6]
El Aquinate, pues, parte de las conclusiones a las cuales había llegado Aristóteles al atribuirle este bien a los dioses. Más aun, por tratarse del mejor de los bienes, el cual a la vez es principio, ya que todos los demás bienes son subordinados. Se llega entonces a la conclusión de que este bien, cuya perfección es máxima tiene que ser divino. Así, el ser humano ha salido de Dios, la suma Perfección, y a la suma Perfección ha de volver. Es la ansiedad agustiniana llamándola “inquietud del corazón”. Por ello, la felicidad es un don de Dios y como tal lo entiende Santo Tomás de Aquino.
Ampliando, la felicidad es un don de Dios y el ser humano tiene mucho que ver en este proceso. En efecto, “aunque sea principalmente por Dios el hombre algo colabora al respecto.”[7] Porque, la forma de obtener la felicidad es a través de la virtud. Esto no hace que deje de tratarse de algo perfectísimo y divino.
Por eso, “la felicidad –aclara el comentarista- no es algún don enviado inmediatamente por Dios, sino que adviene al hombre a causa de la virtud.”[8] Según esto, Dios no ha querido dar el mejor de los bienes al ser humano sin ningún tipo de esfuerzo. Así, la virtud que es un hábito que logramos con trabajo y esfuerzo continuo,  es el camino para llegar a la felicidad. Este hábito se hace por medio de ejercitación, la metanoia, contradicción, constancia… es un camino arduo: por ello le llama virtud que –como bien lo expresa su etimología- es fuerza.
Un matiz notable de Tomás: “no se dice que algo es divino sólo porque es de Dios, sino también porque nos asemeja a él por la excelencia de su bondad.”[9] Así, la felicidad nos hace semejantes a Dios en bondad y nos lleva de vuelta a donde hemos de estar para ser perfectos.
Se concluye, finalmente, que Aristóteles y Tomás coinciden en la felicidad trascendente: sólo que Aristóteles se refiere a un fin último de la felicidad, y Tomás lo personifica en Dios quien es el cielo, suma Felicidad: la visión beatífica. 


[1] ARISTÓTELES, Op. Cit. Lib. I,1
[2]TOMÁS DE AQUINO, Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles, Lib.I, I, 1, EUNSA, Pamplona, 2000.  Las cursivas son del autor
[3] Ibid. Lib.I, VII,52
[4] Ibid. Lib.I, IX,64
[5] Ibid. Lib.I, XVI,123
[6] Ibid. Lib.I, XIV,102
[7] Ibid. Lib.I, XIV,103
[8] Ibid.
[9] Ibid.

1 comentario:

  1. Me gustaba la imageen de arriba para mii exposicion peroo no pudee pasaarlaa qe lastimma! ademaas buena informacion hee!

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